¡Qué miedo qué emoción!

Por Mónica Salazar (mamá Discovery)

“¡Qué miedo, qué emoción!”... es una frase que Sofía usaba mucho de chiquita, para describir lo que sentía cuando no sabía qué iba a pasar; esa mezcla de expectativa y de miedo que da el no saber, que te puede traer ilusión y al mismo tiempo ponerte nerviosa.

Creo que su expresión describe, en general, mi vida como mamá. Así voy por la vida, con miedo y emoción, con expectativas y angustias, con calma y caos, con esperanza y aceptación, e inclusive, a veces, desilusión. Y es que así es nuestra ruta de madres/padres —y de todo ser humano—, ¿no? ¿Alguien habrá encontrado el balance perfecto? La verdad, tal vez ni siquiera lo necesitemos. Creo que es parte de nuestra experiencia de vida: pasar por todo eso, vivirlo, gozarlo, aprender de ello, volverlo recursos y continuar. Se podría decir que es parte de la diversión. 

Nuestra ruta en Tinkuy complementa de forma maravillosa eso. Nuestra hija experimenta todo lo que puede y está disponible ahí, para ella. A veces me asombro de cómo transita las diferentes experiencias; a veces me asusto; a veces me reconforta; a veces quisiera evitar el tener que pasar por todo esto; a veces el miedo es mayor a la ilusión; a veces prefiero no saber; a veces me da tanto orgullo; a veces ternura, a veces pereza. Pero siempre satisfacción, satisfacción de verla, de verme, de vernos que pudimos, que lo hicimos o que estamos en el mejor camino para hacerlo.

Por ejemplo, cuando llegó Bernardo —el perro— a Tinkuy, Sofía lloró tanto, pues su miedo más grande estaba en el lugar que más amaba. Cuando ella se fue a dormir, yo lloré también. No podía creer que mi hijita estuviera pasando por eso, y cuando dejó de ir a los talleres que le gustaban tanto para no cruzarse con Bernardo, renegué, me cuestioné, me culpé, al punto que en algún momento pasó por mi mente sacarla, rescatarla, protegerla. Creí que ya había sido suficiente (ahora que recuerdo todo eso, se me llenan los ojos de lágrimas, porque es imposible que uno no sienta intensamente lo que les pasa a sus hijos, ¿no?). Y de pronto, han pasado ya dos años de eso. 

Unos años atrás, cuando tuvimos que ir por ella a Tinkuy porque le había pegado a un compañero, no podíamos creerlo. Nuestra pequeñita de 4-5 años, ¿era capaz de pegarle a su amigo? Años después, cuando la resetearon por no enviar la encuesta de Feedback 360 de final de trecho, me enojé porque no escuchó mis preguntas y recomendaciones al respecto.

Cuando tuvo su primer Strike —así le llamaban entonces— por treparse al falso techo, nos asustamos tanto y tuvimos una larga conversación sobre el uso del criterio y no hacer todo lo que tus amigos te piden. Cuando la veía rodar por el piso sollozando porque le daba flojera volver a escribir su producto final del Writer´s Workshop, me daban ganas de decirle que lo dejara así nomás. Cuando escuchaba en las reuniones virtuales que otro Puma la ignoraba o le hablaba de una manera que a mí me parecía fea, se me partía el corazón. Cuando se enojaba conmigo porque le preguntaba si lo que había hecho era su mejor versión, yo quería tirar la toalla. Cuando llega y me cuenta de las HC que le piden por algo que a mí me parece injusto, reniego hacia adentro. 

Estos son solo algunos ejemplos en los que el miedo ha sido más grande que la emoción, y seguro habrá muchas más situaciones así. Seguro me seguiré encontrando conmigo en mis juicios y paradigmas, pero también en mis recursos.

Ahora estoy tan agradecida, no solo de quienes me acompañan en mi sufrimiento, sino también de quienes me dan feedback y me muestran el otro lado; agradecida de quienes me hacen ver —aun cuando no me lo digan así—, que yo soy quien está a cargo de mis emociones, de mis acciones, y sobre todo, de cómo Sofía va a responder a las diferentes situaciones. Mirarme en consciencia y con mentalidad de crecimiento no siempre es fácil, pero si yo veo que mi hija puede tomar responsabilidad, acción, asumir las consecuencias de sus actos y darle importancia a sus compromisos, para con ella misma y también hacia sus compañeros, ¿por qué yo no podría hacer lo mismo?

Estas dos últimas semanas, han sido de mucho trabajo para Sofía, no solo de cosas que tenía que hacer, sino además de transitar por uno de los roles, creo yo, más complejos que le está tocando: ser Council, ya que mantener los estándares altos no es fácil. Cada situación que me cuenta, cada conversación que tienen, son tan profundas, y a veces —desde mi juicio— duras, que me parece alucinante cómo lo pueden seguir sosteniendo. 

Hoy le preguntaba qué creía ella que le ha servido para mantenerse bien, qué recursos está usando. Y me dijo que, por un lado, era gracias a sus compañeros del Council, ya que ella sola no lo podría hacer. Eso para mí ¡es maravilloso! Su aprendizaje de la escucha atenta y abierta hacía otros y el trabajo en conjunto me llenan de alegría. Segundo: si puede mantener para ella misma esos estándares, sus compañeros también pueden. Para mí eso me muestra la confianza en su Tribu, que están juntos en esto. Que aun cuando un día se equivoquen unos y otro día otros, saben que pueden transitar el momento y salir victoriosos. Tercero: ella ya tiene experiencia, y eso me hizo pensar en lo que les he contado líneas arriba, que todos esos momentos de desafíos, crisis, llantos, reniegues, de más miedo que emoción, hoy se vuelven recursos, que luego serán sus herramientas para los siguientes retos.

¿Y yo? Pues sigo viviendo con miedo y emoción, agarrando mi corazoncito para que no se me estrese mucho cuando algo pase; ejercitando mi consciencia y tomando acción; usando mis recursos y los que la vida tan generosamente me da (familia, amigos, mi Hiking team, las lecturas, videos y preguntas del badge plan familiar, la comunidad) y al mismo tiempo, animando y retando a mi hija a que vaya a su siguiente nivel, de la forma más amorosa, menos estresada y más divertida que encuentre; acompañándola y alentándola, amándola y equipándola para que siga en su ruta de heroína.