Los Pumas: el centro de Tinkuy

Por Adriana Seminario

Han pasado casi cuatro años desde que llegué a Tinkuy. Llegué nerviosa; estaba decepcionada y desencantada del sistema educativo nacional. Creía que no había espacio para la diferencia, para la originalidad, para pensar fuera de lo establecido. Mis años trabajando en otras escuelas me habían dejado en claro que, bajo ese sistema, “o encajas o te hacemos encajar”. Recuerdo que en la entrevista me recibió un grupo de personas sentadas en muebles inestructurados y cómodos; se sentaron y me hicieron preguntas interesantes y cálidas. Recuerdo que la emoción me embargó, y que mi voz se entrecortó al querer expresar mi agradecimiento por haber creado un espacio como este (más allá de si luego quedaba seleccionada o no para el puesto), en el que el centro sea la felicidad de los Pumas.

Desde que empecé a trabajar en Tinkuy he vuelto a la misma idea: “muchos dicen que ponen a les niñes al centro del su trabajo; pero Tinkuy realmente lo hace”. Desde mi práctica, pasando por el debate con mis compañeras de trabajo y hasta la exigencia de estos niños y niñas, que reclaman cuando se toma una decisión sin consultarles, se puede ver dónde realmente se encuentra nuestro foco. A pesar de que, a veces, hay que explicarles a los Pumas que hay asuntos, muy pocos, que les adultes debemos decidir.

El trabajo diario con los Pumas me sorprende, me reta, me motiva. Hoy, a modo de cerrar estos cuatro años, quiero detenerme en algunos puntos que implicaron el paso de maestra a Guía socrática, porque es importante entender que para guiar a estos niños y niñas en su ruta de héroes, hay que dejar de ser maestra (si es que eso es posible). Para lograrlo, es necesario enfocarse, principalmente, en tres ejes: dar pasos atrás, escuchar para entender y guardar silencio.

Partiré por lo más complejo para mí: dar pasos atrás. Escucho decir a guías alrededor del mundo que es lo más complejo de trabajar en Acton. Sobre todo si, como yo, has basado tu práctica en las relaciones que se construyen con les niñes. Antes de llegar a Tinkuy, me era impensable no reaccionar cuando alguien tenía algún problema o conflicto; tenía que ofrecer soluciones que sabía que podían sacarles de ese problema rápidamente. Hoy, cuatro años después, sigo batallando contra ese impulso, pero sé que es mejor darles opciones —aunque aun mejor es quedarme callada—. De esta forma, permito que los Pumas marquen sus propios límites, creen sus propias estrategias y se sientan cada día más empoderados.

Hay, sin embargo, situaciones que definitivamente requieren nuestra intervención; aquellas en las que su integridad física se encuentra en riesgo o en las que sea necesario brindarles opciones para elegir. El asunto es cuándo. Una pauta que he podido identificar, es cuando el Puma no se da cuenta de que hay una situación problemática. Entonces, levantamos el espejo, le mostramos lo que está sucediendo y le damos opciones.

Respecto del segundo eje: empezar a escuchar para entender. Por un lado, cuando empiezas a escuchar a los Pumas, no solo para responderles, sino para realmente entenderlos, te sorprendes de sus razonamientos y te das cuenta de que, en definitiva, son muy pocas la veces que requieren de nuestra intervención. Por otro lado, me encuentro en la ruta para escuchar y entender a mis compañeras, mujeres apasionadas por la educación y la infancia, que tienen ideas importantes para compartir. Escucharlas ha sido, sin duda, uno de los más grandes regalos de estos cuatro años. Este proyecto, del que hoy me despido, no sería posible sin ellas.

Me permito, antes de terminar, dedicarles unas líneas a ellas. A Rosi, quien llegó para llenarnos de energía y de ganas de cambiarlo todo, porque siempre tiene las palabras precisas, y es directa cuando se necesita serlo. A Yass, que me conoció cuando acababa de ser madre y que luego fue mi primera cara conocida en Tinkuy; porque no tiene miedo a decir que no, porque tiene un abrazo sincero y palabras cálidas para los Pumas, y porque es ese equilibrio entre afecto y desapego. A Ale, con quien empecé esta aventura que, hoy, terminamos juntas; por ser mi complemento y equilibrio en todo momento, incluso en los más inesperados; por odiar cosas que yo amo y amar cosas que yo odio; porque es calma dentro del studio, y porque es consejo y serenidad para los Pumas. Y, por supuesto, a Inés, quien, como ya me habían advertido, me regaló los años más exigentes y felices de mi vida laboral. Gracias, Ine, por tu vehemencia, por perseguir tus sueños, por soñar con una educación que irradia alegría… ¡y por hacerla realidad!

Finalmente, quiero reflexionar sobre el poder del silencio. Un silencio que no implica desatención o distracción, sino una escucha activa. Hacer silencio para que las ideas surjan; para que mi voz no lo llene todo; para que mis ideas sigan siendo solo mías, y las suyas —las de los Pumas— tomen el espacio completo; lo llenen todo; generen caos y, poco a poco, vuelvan al silencio; ese silencio de saber que, cuando quieran, podrán volver a hablar y serán escuchades. Lo más revelador del silencio ha sido que me ha permitido darles tiempo a los Pumas para elaborar sus ideas. A veces, los adultos le tememos a ese silencio; creemos que debemos prestarles palabras, porque no se les ocurren. Sin embargo, ahora creo que, en ese silencio, están surgiendo millones de ideas que necesitan ordenarse. En ese proceso, las palabras que les prestamos suelen ser intrusas, estorbos. Por eso, hoy, ante la inminente despedida, elijo escucharlos y grabar en mi memoria todas sus ideas y cada una de sus palabras.

Gracias a todes. Han sido cuatro años maravillosos. Nos vemos en la ruta.